Agua en la luna


El hombre siempre ha visto a la luna con fascinación infantil; no es para menos. Ha estado allí siempre, desde que la especie adquirió conciencia de su capacidad de doblegar a la naturaleza, y ha estado para recrearnos en sus extensísimas posibilidades, bien como Dios celeste, bien como misterio indomable, bien como motivo de inspiración y mejor aún, como madre de todas las mareas y de todos los locos.

Limpio


Lo bonito de los bombardeos norteamericanos sobre las estepas iraquíes o afganas, es el despliegue de luces y color en mitad de la noche y el sonido hondo de las sirenas de alarma que recuerdan aullidos de lobos acompasados bajo la luna. Lo bonito es lo limpio y exacto, la precisión de la metralla que se cuela por entre las palmeras y callejuelas terrosas para finalmente dar en el blanco.

Temblor

El sábado del temblor, a la 1:15 minutos de la tarde una joven morena de no más de 30 años y con Síndrome de Down, se paró en el medio de una plazoleta que antecede el acceso a la Quebrada Chacaíto, en la Cota Mil, y sentenció frente a un pequeño grupo aturdido por su voz de desconsuelo: “aquí va a pasar algo, la naturaleza se va a vengar porque nosotros le hemos hecho mucho daño”.

Teleturina

Como en un poema de Juan Calzadilla, me basta apagar el televisor para sentirme en resguardo al calor del hogar, con mis hijos revoloteando por entre sus travesuras y mi mujer histérica por los platos sin lavar y el calor de la noche, que quizás es el calor más infame del día.

Con un clic se borra, como por arte de magia, Lina Ron con su megáfono vociferando consignas y pateando una bomba lacrimógena que deja escurrir su estela humeante por entre los trabajadores de Globovisión, y ya no pasa nada sino la modorra de las 10 de la noche y el susurro al fondo de las vecinas de mi cuadra que conversan sobre lo que acabo de dejar atrás con el arbitrio del control remoto. Pero ya no me importa porque el mundo se reduce a las cuatro paredes de la habitación donde releo al poeta José Quiaragua, mi buen amigo, que me habla del vapor de las selvas tropicales donde ve a un río trinar como un enjambre de golondrinas y a una mujer que se aleja tras el velamen de la tierra.

Ana Frank


Al Sambil se va un domingo, golpe de mediodía, solo porque alguien te obliga o porque se está enamorado. Ni siquiera la remota posibilidad de que los carajitos disfruten de la pecera del nivel Acuario, justifica semejante sacrificio de paciencia y cordura.

Al Sambil, de paso, se va en tropel, hipnotizado e idiotizado, y nadie logra zafarse del enganche manipulador de las rebajas o los sobreprecios en las vidrieras, que primero te guiñen, luego te arrastran, te abrazan, te lenguetean, te violan, y aún te quieren virgen para una próxima oportunidad.

Un domingo alucinante en mi memoria reciente es el domingo pasado, cuando cogí con la mujer y los muchachos pal' Sambil bajo cualquier excusa inobjetable para comprar algo que en otro lado no existe, según la madre. Era un domingo, sin embargo, bonito, de sol radiante y nubes pomposas que le daban a Caracas un cariz exótico y abiertamente tropical.